Cumplidos los 13 años de la declaratoria de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, al Carnaval de Oruro por parte de la Unesco (18 de mayo de 2001) y evidentemente, en un balance rápido, se puede sostener que se ha hecho muy poco para ejercer eficientemente ese título.
Infelizmente este año (2014) se ha producido el lamentable accidente de la caída de una pasarela en el recorrido de la peregrinación del sábado de Carnaval (el pasado 1 de marzo), con resultados luctuosos, circunstancia que ha desnudado falencias en la organización y limitaciones en la infraestructura destinada al evento, mismas que no fueron encaradas y resueltas en los años precedentes, posteriores a la declaratoria.
Es este último acontecimiento, en mi criterio, el que se constituye en una suerte de "la última gota que colma el vaso", abriendo - casi como una reacción natural – un escenario para que se planteen críticas, observaciones e iniciativas de toda índole referidas al Carnaval de Oruro.
En ese contexto, llamémoslo de "crisis", los orureños tenemos la obligación de encontrar soluciones a los problemas planteados, partiendo siempre de la constatación que el evento (el Carnaval de Oruro) es la mejor expresión de nuestra identidad y debiéramos hacer de este, una ventana de oportunidades para encarar procesos de desarrollo en diversos órdenes.
Lo primero que debe quedar claro es que el Carnaval de Oruro, es un fenómeno vivo, intercultural y ritual que nos produce satisfacción y felicidad. Así nació y así debe perdurar, de manera tal que ni el crecimiento, ni la universalización que implica tener el título de patrimonio de la humanidad, modifiquen o destruyan lo que nos hace felices y orgullosos. En ese sentido, no es coherente, intentar soluciones, estrictamente infraestructurales a las dificultades que tiene el evento. No basta con que se mejoren las graderías y los servicios o que el recorrido sea más o menos largo; lo que interesa es que el conjunto de acciones que involucran al evento, respondan al propósito central, que no es otro que ratificar anualmente la religiosidad intercultural colectiva que nos identifica.
Como bien sabemos, la peregrinación del "sábado de Carnaval" no siempre fue la misma, hubo tiempos en los que transcurría por la rinconada de la ciudad para llegar al Santuario del Socavón, siendo expresamente prohibido su paso por el centro de la ciudad, particularmente la plaza principal. En muchos años, en un proceso, finalmente, producto del "enamoramiento" paulatino de todos aquellos que se acercaban, finalmente logró ingresar al centro de la ciudad, a la plaza 10 de Febrero, símbolo del poder político, económico y social de la localidad, como en casi todas las ciudades. Pudiéramos decir que ese periodo corresponde al proceso de expansión "de la periferia al centro" que tiene la enorme importancia de sumar a los orureños detrás de la expresión sociocultural que representa.
Otro momento fundamental, está referido a la consolidación del carácter de capital del folklore boliviano a la ciudad de Oruro, momento que la expansión de la manifestación sociocultural/ritual, se expanda a varias otras localidades del país. Así Urkupiña, Gran Poder, Chutillos/San Bartolomé y otras manifestaciones en pueblos y ciudades toman carta de ciudadanía, expresando un conjunto de elementos interculturales hasta alcanzar el carácter de identidad nacional.
Finalmente, en los últimos tiempos, fundamentalmente por la declaratoria de patrimonio de la humanidad, esa expansión de la ritualidad de los orureños, que es el Carnaval, adquiere una dimensión global, misma que - pese al título – (una ventaja extraordinaria en relación a los eventuales competidores nacionales y extranjeros) no estamos siendo capaces de manejar eficientemente.
Es esta expansión en escala global que hace hoy posible los carnavales de Iquique, de Puno, La Tirana, Lima y otras manifestaciones (entradas) en lugares lejanos como Buenos Aires, Estocolmo, Washington, etc., etc.
Ese largo e importante proceso de constante enamoramiento a "los demás" es el que hace al mismo tiempo, al ritual, un espectáculo. Ya no sólo el rito es para los orureños, hay miles de personas en el país, la subregión y en el mundo que quieren ver y participar, con las ventajas y perjuicios que ello implica. Por un lado, se abre la posibilidad del turismo a gran escala, posibilidad que implica tener los servicios y recursos infraestructurales para atender esa demanda. Posiblemente, este es el tema que más interesa a algunos actores, porque se trata de aprovechar la demanda, lo que representa la generación de ingresos; sin embargo, solo intentar soluciones para satisfacer esa demanda, sino no se supedita a otros factores más relevantes, pueden acabar destruyendo el mismo rito. Por otra parte, esa demanda en relación al evento, también encuentra oferta en otros lugares. Urkupiña, Gran Poder, La Tirana, Puno, fundamentalmente, aprovechando la disponibilidad de infraestructura, servicios y acceso que tiene, pretenden "recrear" (esa es la palabra) el ritual que se produce en Oruro.
Con estos elementos podemos caracterizar a la "crisis" del Carnaval de Oruro, como una crisis de expansión y no de muerte o reducción, pero crisis al fin, que debemos resolverla, tomando en cuenta que a la vez es RITO y ESPECTÁCULO. En la medida que el rito sea preservado, el espectáculo estará garantizado; a la inversa, si nos esmeramos en resolver el espectáculo, sin tomar en cuenta el rito, nada hará singular a nuestra manifestación, que no pueda ser superada por los eventuales competidores nacionales y en el extranjero. Esa es la dimensión del problema y cualquier equívoco en la implementación de soluciones puede tener consecuencias funestas a los intereses de la región.
Oruro, es una región "hacedora" de cultura, que ha sido capaz de darle identidad al país y a la región andina; nuestra responsabilidad es perpetuar ese logro y agrandar su influencia.
Dicen que la experiencia ajena es la mejor consejera. Tomo a modo de ejemplo los casos de la corrida de toros en San Fermín en España, la peregrinación a Santiago de Compostela, también en España y el carnaval de Venecia en Italia. En los tres casos, se trata de eventos de alta demanda turística, pero no por ello han modificado, ni los lugares rituales, ni las características del contexto. Son localidades medievales con calles angostas y empedrados, características que no han sido modificadas para garantizar una mayor llegada de turistas (el espectáculo); en Venecia, el famoso carnaval, transcurre como hace cientos de años por los canales de agua que forman la vieja ciudad. Ellos han resuelto eficientemente la demanda turística, que es lo que hace de estos tres eventos altamente rentables, sin infringirle modificaciones a su ritualidad y su contexto.
Finalmente, muy poco se podrá avanzar en la gestión, organización, planificación del Carnaval de Oruro, si no se cumplen dos requisitos indispensables. Por una parte, consolidar la institucionalidad que debe planificar, administrar y gestionar el evento y; por otra, sin el concurso de recursos públicos provenientes de los tres niveles del estado (central, departamental y local). No es suficiente y tampoco coherente que tratándose de la imagen, ya no solo local y región, sino nacional, el Carnaval de Oruro no disponga de fondos públicos que engrandezcan y universalicen su manifestación.
Más allá de cualquier diputa de carácter personal o institucional que impiden avanzar en la consolidación de la Obra Maestra de la humanidad, debe estar el interés colectivo de los orureños de expandir nuestra cultura al mundo de la manera más eficiente. El Carnaval de Oruro, se constituye una gran ventana de oportunidades para el desarrollo de la región y del país.
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