El intenso sol y una brisa fuerte secaron las lágrimas que a rabiar salían de los ojos hinchados y cansados por una noche sin dormir. Eran las 11 de la mañana y Miriam no podía creer que se encontraba en medio de la nada en un día tan especial. Las miradas de los demás pasajeros que paseaban nerviosos por la orilla de la carretera, tenían la misma expresión, mirando a cada minuto el reloj en una letanía sin voz pidiendo a la Mamita que el tiempo se detenga hasta que otro bus venga a recogerlos.
El bus de la flota Aroma, un veterano de las carreteras de Bolivia, descansaba a un lado del camino mientras el chofer y su ayudante trataban de solucionar el problema del motor que no funcionaba, provistos sólo de un bidón de agua, unas tiras de tela vieja para atar los engranajes de la vetusta máquina y su voluntad que podía menos que el deseo de continuar el viaje.
“Ya salió de La Paz un bus que los llevará a Oruro…tengan paciencia por favor” dijo el ayudante una hora después de que el bus decidiera que la población de Pan Duro era su destino final. No más allá.
“No es posible, esto no está pasando”, repetía una y otra vez Miriam que junto a su madre, cómplice de su fe y sus anhelos, ya habían descargado de la movilidad todo su equipaje y se instalaron en la orilla de la carretera a la espera de que alguien de buena voluntad, las recoja. Todos los pasajeros hicieron lo mismo.
“Ya no llores hijita. Todo va a salir bien, sólo tienes que tener fe”, le decía Sara, la madre de Miriam mientras acariciaba sus cabellos. “Por qué, por qué nos tiene que pasar esto. La Morenita está enojada con nosotros y no quiere que lleguemos hasta sus pies”, respondió Miriam mientras acariciaba la Lolita, su careta de China Supay con cuernos de lagartos que cuidaba como un tesoro.
La distancia en tiempo desde Pan Duro hasta la ciudad del Pagador era mucha, casi tres horas. “Si no hubiera pasado nada, si el bus no se hubiera plantado ya estaríamos en Oruro”, dijo pero no hubo respuesta a sus lamentos porque Sara ya no estaba para consolarla. La buscó entre los pasajeros que se instalaron al borde del camino y la vio conversando con Carlos, un toba que llevaba en su cabeza un gran penacho. Él estaba en las mismas condiciones.
“Ya basta de lamentos y lloriqueos” dijo la madre mientras le ponía en las manos una botella de plástico con un poco de agua y un peine. “Trenza tu cabello, debemos ganar tiempo”, ordenó mientras hurgaba en la maletita buscando las trenzas postizas, las cintas y el par de tullmas verdes y plateadas que adornarían las largas trenzas.
“Es inútil, no llegaremos a tiempo. Ni siquiera sabemos a qué hora vendrá otro bus a recogernos”, pensaba Miriam pero no se atrevió a decir nada y ahí, a orillas de la carretera La Paz–Oruro bajo un fuerte sol de sábado de Carnaval a las 11.30 de la mañana, la China Supay empezó a nacer nuevamente con dos trenzas medio chuecas pero trenzas al fin, sentada sobre su trono improvisado rogando a Dios, a la Virgen del Socavón y a sus ánimas que le permitan cumplir un año más su promesa.
Llegó el mediodía y con él, la creciente desesperación de los demás pasajeros quienes con el brazo extendido y el pulgar en alto hacían señas a cuánto auto pasaba rumbo a la tierra del Pagador y Miriam ya sin lágrimas, con los ojos adoloridos y de sueño, esperaba sentada en su maleta que contenía su atuendo para la peregrinación. Su madre y la Lolita la acompañaban.
Después de casi dos horas detenidos en el altiplano paceño, por fin llegó un bus de transportes Aroma, idéntico al que permanecía como un gigante dormido en la carretera. No fue necesario que el ayudante del chofer indicara que ése era el bus que los iba a transportar, las protestas y reclamos se olvidaron y el único afán era subirse al bus y continuar camino.
Miriam vio su reloj, era casi la una de la tarde, aún había una pequeña esperanza de llegar a tiempo aunque solo faltaba una hora y media de la cita esperada. Miró por la ventana estirando el cuello como si esa acción hiciera que el bus apareciera frente al Casco de Minero al ingresar a Oruro. Sólo vio la infinita planicie y diminutas casuchas que se perdían en el horizonte.
Cuando abrió los ojos y vio a través de la ventana del bus se encontró con la imagen de la Morenita que tiene el Casco de Minero. Sentía que le estaba dando la bienvenida. No lo podía creer, ya estaban en Oruro y ya eran más de las dos y media de la tarde. Despertó a su madre que dormitaba a su lado y juntas se olvidaron del pudor y las miradas curiosas que veían atentas la transformación mientras la movilidad se acercaba a la terminal de buses.
Eran casi las tres de la tarde cuando la China Supay ataviada con su pollera corta, una blusa con encajes brillantes y un capellón bordado con perlas bajó de la flota Aroma, le dio un beso y un abrazo a su madre y se abrió paso entre la gente rumbo al inicio de la peregrinación, a la calle Aroma, mientras susurraba una oración que sólo ella escuchaba: “Mamita, permite que llegue a tus pies, no me abandones, dame fuerzas Morenita Candila”, esperando oír ‘La Chinita’, el ‘Chiru Chiru’ hasta que por fin el sonido de las trompetas de la Espectacular Bolivia, la banda del bloque de luciferes y chinas supay llegaron a sus oídos y su corazón se calmó con un profundo suspiro. Estaban ingresando en la peregrinación.
“En el nombre del padre, del Hijo y del Espíritu Santo…Gracias Morenita, Gracias por permitirme una vez más peregrinar por ti”, fueron las últimas palabras que pronunció Miriam antes de ponerse la careta de China Supay. Se acomodó la corona de perlas doradas, apretó la pañueleta que bailaba en su mano derecha mientras que con la izquierda cogía con el pulgar y con el índice el borde de su colorida pollera verde y el encaje de sus enaguas. Se confundió entre otras caretas, entre otras trenzas y entre otras botas y capellones que parecían el reflejo de un espejo que reproducía a todos los lados su imagen.
Una vez más estaba en el Carnaval de Oruro, en la “peregrinación hecha danza”, donde desde las altas graderías miles de miradas seguían cada uno de sus movimientos y miles de voces cantaban a voz en cuello “Bolivia corazón de Sudamérica, Oruro tierra linda con su Carnaval, China Supay, Diablos rojos salen a bailar, son noches de romance del gran lucifer” mientras la banda de más de cien músicos marcaba el compás de los danzarines que imponentes, majestuosos y sumisos avanzaban en largas y coloridas filas hasta el Socavón.
“Fuerza Ferroviaria” era el grito que se escuchó en todo el trayecto de la avenida 6 de Agosto, más conocida por la avenida del Folklore mientras avanzaban las coquetas chinas supay escoltadas por imponentes luciferes. De pronto, las trompetas y trombones dejaron de tronar y por unos breves segundos el bullicio del público de la gente se apagó hasta que despertó otra vez en un solo coro “!Cueca, cueca, cueca!” mientras los tambores de la banda empezaban los primeros acordes de Viva mi Patria Bolivia y el júbilo de la gente se dejó escuchar en un largo grito y un coro a todo pulmón. El marco perfecto de filas interminables de Chinas, luciferes, diablos diablezas, osos y ángeles que bailaban el segundo himno de Bolivia.
El trayecto se hizo corto porque tras el paso por la avenida Cívica donde miles de cámaras filmaban y transmitían en directo el recorrido de los diablos, esperaba la Virgen del Socavón. Por fin ante la Mamita, por fin ante la Candila, ante la Cachamoza, ante la Morenita y tantos otros nombres con los que sus devotos la identifican y es ese momento cuando Miriam al igual que todos sus compañeros de peregrinación recuerdan como en una película todas las penas, alegrías, sacrificios, dolores, desafíos, pérdidas y todo el sentimiento acumulado por un año sale en infinitas lágrimas ante la imagen de la Virgen de los mineros quien sigue atenta con su mirada infinitamente dulce a cada uno de sus peregrinos.
“A vuestros pies Madre llega un infeliz, cargado de angustias y de penas mil”, era la melodía que entonaban los músicos mientras los diablos y las chinas pasaban de rodillas por su altar.
La peregrinación había concluido, con el ingreso de las topas de diablos todos ellos habían entrado a la Casa de la Mamita, aunque la leyenda cuenta que uno de ellos se quedaría acompañando a la Mamita y no saldría más de su casa, pero nadie se detuvo a contar el ingreso y salida de los danzantes.
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